Siempre que las cosas salen mal y uno termina lastimado, luego de un tiempo es normal sentirse más frío y distante con el mundo. Sentir que cierta inocencia se ha perdido, y por esto, uno es más fuerte que antes. Más resistente. Ya nada va a dejarme sin saber que hacer, se dice uno confianzudamente. Y no es mentira, esto es dicho con toda honestidad y sinceramente creyendo que es la verdad.
Pero, no estamos preparados para todo. Jamás lo vamos a estar, y siempre algo nos va a dejar con la boca abierta, sin saber qué hacer. Es aterrador y hermoso a la vez. Luego de tanta frialdad, es algo que nos devuelve esa sensación de humanidad, de sentirse ínfimo y diminuto. Pero quizá ya nos habíamos acostumbrado a no sentirnos tan pequeños, a vernos grandes y fuertes; y que nos saquen esa imagen duele. Pero a fin de cuentas... no es tan extraño que algo nos deje paralizados. Que aquello mismo que nos causa una alegría que no recordábamos sentir desde quién sabe cuándo, también nos inunde de tristeza como la que creímos no volver a sentir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario