Esta última semana que pasó estuve exhausto. No sé bien por qué. Simplemente lo estuve. Cada mañana al despertarme y ver la hora, en lugar de levantarme y aprovechar el tiempo extra, seguía acostado hasta el momento crítico en el que ya podía llegar tarde a trabajar.
Mi cerebro había hecho una extraña, pero sólida conexión entre el concepto de tren y el de dormir. Me resultaba prácticamente imposible viajar en el tren sin dormir, lo cual entorpeció terriblemente mi idea de leer durante el viaje. Podía empezar leyendo, pero se me cerraban los ojos de todas formas y no me quedaba más que ceder en algún punto, por más que luchara. Quizá era un poco culpa de Julio Verne.
Y después, en casa, a la noche. Mi horario. El momento del día en que más actividades elegidas por mi propia voluntad hago. El tiempo de escribir, jugar, mirar por la ventana, pensar, leer, aprender. Incluso ahí se sentía un gran peso invisible sobre mí, que me llevaba al cansancio absoluto y a acostarme antes de lo que hubiera querido.
Incluso hoy mismo. Antes de comer tenía un montón de planes de cosas que escribir, leer y hacer, y cuando terminé sólo quería acostarme a leer un poco Lestat, y después dormir. Me dije que de todas formas, iba a ponerme el despertador en el celular para levantarme a la tarde y hacer algo, pero mi cerebro intercedió en dicha acción, y en lugar de ponerlo a las 18 hs, lo puse a las seis de la mañana. Por suerte tuve un sueño en el que me daba cuenta de mi error, y me despertaba sólo veinte minutos más tarde. Y ahora si siento de nuevo un poco de esa energía que extrañaba. Espero que se quede conmigo, porque la necesito. Tengo tanto por hacer, I'm gonna shine.
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