domingo, 9 de febrero de 2014

Training #1


  Caminaba de regreso, sus pies torpemente entrecruzándose entre sí como dando sus primeros pasos, su mente aún ausente. Una corriente de aire le hizo sentir el frío, y acto reflejo acomodó su bufanda para cubrir ligeramente su nariz. Cruzó la calle sin desviar su mirada perdida en la nada, y tropezó ligeramente con el cordón al subir a la vereda.

  Su cuerpo se dirigía como un piloto automático a su hogar, dándole a su mente la oportunidad de divagar libremente; de viajar en el tiempo, a ese pasado no tan lejano; de clavarse en el té verde de Luisa, su perfume a jazmín y rosas, sus ojos cafés, que feroces no se apartaban de los suyos. La libertad de detenerse allí, de dejar cada átomo estático y volver a apreciar cada sensación. El sabor de su lápiz labial rojo, el tacto de su suave piel, el raspar de su uña rota contra sí, el sonido de los zapatos de taco al golpear el suelo. Y todo y nada.

  Giró a la derecha en la vieja casa de la esquina, dejando que su mente se pierda en pensamientos triviales. Sintió como si una verdad se le revelara al notar que la nieve llevaba olor a lluvia, y se dejó fluir en las trivialidades, deseando que las nubes se separen un poco y dejen a la luna llena mostrarse en todo su esplendor. Subió las escaleras lentamente, escalón a escalón, contándolos para saber si el número quizá había cambiado desde la última vez, y luego apuñaló la cerradura con la llave, y giró dentro de la herida. Se alegró por un instante de que la ventana rota evitara el usual sabor a encierro del departamento. Automáticamente empezó a sacarse la bufanda, pero el frío que fácilmente penetraba por la ventana se propuso exitosamente hacerle cambiar de idea. Abrió la heladera instintivamente, pensando en que encontraría algo con qué llenar su vacío emocional; pero sólo había un cartón de leche abierto. Lo agarró y bebió un largo sorbo, intentando ignorar sin éxito el gusto a rancio.

  Le pareció escuchar un llanto, y se acercó a la ventana, pero tan sólo era su propia mente tergiversando el cantar de los pájaros. Las nubes le ocultaban el amanecer que se avecinaba. Pasó el dedo por el cristal roto suavemente, perdido en sus pensamientos, pero su propio gemido de dolor lo trajo de vuelta. Lamió el corte en su dedo y se sintió estúpido, se alejó de la ventana, y decidió que lo mejor que podía hacer para conciliar el sueño antes de que amanezca, era armarse un cóctel de calmantes y alcohol. Sacó unas pastillas de un cajón, y una botella de whisky de la alacena, y unos breves momentos luego yacía acostado en la cama, aún completamente vestido, la botella a un lado en su mesa de luz, junto a aquel libro que nunca terminó de empezar.